lunes, 25 de febrero de 2013

PAN Y ROSAS (Ken Loach, 2000)





Estamos ante el retrato de un amplísimo colectivo que, poco a poco, toma conciencia de su identidad y comienza a organizarse para mejorar sus condiciones laborales: el personal de limpieza de un rascacielos de Los Ángeles (EEUU). Estas personas son inmigrantes –en algún caso ilegales- procedentes de países periféricos del sistema capitalista (principalmente México, en este caso) cuyo fin de trayecto es el corazón mismo del mundo capitalista: los Estados Unidos. Viven allí en condiciones precarias, pero es difícil que protesten para mejorarlas porque tienen miedo a perder el empleo y –aún peor- ser deportados a sus países de origen. Una limpiadora dice, en una reunión de compañeros: “En Rusia no tenía nada, aquí al menos tengo un empleo que da de comer a mis hijos”.

Tal es el panorama que encuentra al llegar a Los Ángeles Maya, la protagonista de la historia, cuyo desarrollo se produce íntegramente en el ámbito laboral (donde trabaja su hermana Rosa, donde conoce a sus nuevos amigos e incluso tiene un romance). Una historia contada en tono de comedia, con momentos contados de drama, así es como ha decidido el autor representar la realidad retratada. La actitud positiva de Maya o del sindicalista que conoce (interpretado por Adrian Brody) y que detona la historia, la música alegre o la amable trama amorosa son elementos que dan ese tono.
El elemento dramático, el conflicto, lo pone por ejemplo el jefe del servicio: un personaje de origen latino, como la mayoría de sus compañeros, pero que ejerce de “perro de presa” de la patronal. Es un renegado que practica la coacción y el chantaje, aprovechando la situación de indefensión de sus subordinados. Este personaje representa y resume la máxima: “puedo echaros a todos a la calle. El sistema sabe que habrá otros tantos esperando en la puertas para hacer el trabajo por el mismo o menos dinero”.
La película muestra simbolismo en el vestuario. Maya y un compañero también latino, vestidos con el mono de trabajo, arreglan el suelo. Por encima de ellos pasan ejecutivos anglosajones vestidos de chaqueta sin saludar siquiera. El limpiador dice: “estos uniformes nos hacen invisibles para ellos”.
Otro de los aspectos laborales que presenta la cinta es el mundo de los sindicalistas profesionales, liberados de sus puestos de trabajo habituales para cobrar directamente del sindicato. Maya se pregunta “cuánto tienen que perder y cuánto ganan” estos personajes.
A diferencia de “Recursos humanos”, la huelga que se promueve en esta película podría calificarse de “postmoderna”. La fábrica –icono del trabajo desde la revolución industrial- es sustituida por un lujoso edificio de oficinas. Y las acciones de los huelguistas distan mucho de los métodos clásicos que se representan en la cinta francesa.

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